domingo, 27 de septiembre de 2009
Unas notas sobre la parodia.
Una de las formas de escapar de la sordidez del presente puede ser parodiarlo, asumir que, donde está el peligro, surge lo que salva. “Las prácticas de la parodia pueden servir para volver a implicar y consolidar la distinción misma entre una configuración de género privilegiada y naturalizada y otra que aparece como derivada, fantasmática y mimética: una copia fallida por así decirlo”[1]. La parodia supone cierta capacidad de identificarse y aproximarse, implica en última instancia, una intimidad con la posición que el acto mismo de la reapropiación altera, lo que supone entrar en una relación de deseo y ambivalencia. Pero también debemos recordar que el papel crítico de la parodia es separar las formas, vaciarlas y demostrar su vaciedad adaptándolas de cualquier manera[2]. Sabemos que la mala lectura puede ser más importante que aquella que se legitima en la proximidad (close reading), es más, tradición se funda, en cierta medida, sobre un conjunto de traducciones equívocas[3], ese rumor o lapsus constante que sustenta el cogito interruptus contemporáneo (uno de los elementos estructurales del lodazal). El paradigma egipcio que impone la higienización museográfica permite, casi como un caos pactado, la irrupción de tradiciones perversas, que pueden colaborar a la ampliación del pastiche postmoderno[4]. El paso de la ilusión a la desilusión estética tiene carácter de duelo o bien lleva a un reciclaje de la Historia (cita, apropiación, imitación, etc.): una parodia y, al mismo tiempo, una palinodia del mundo del arte, en la que éste se venga de sí mismo, pareciendo buscar la redención en los desechos: “Por supuesto, este remake, este reciclaje, pretende ser irónico, pero esa ironía es como la urdimbre desgastada de una tela: no es más que el resultado de la desilusión de las cosas, una desilusión en cierta manera fósil”[5]. Hay que comprender, en medio de la proliferación del sarcasmo artístico, que la retórica de la desmitificación cínica exige cierta moderación. Nadie debe aprovecharse de la corrupción universal del sistema; es la vieja paradoja de la sátira: si todo el mundo está podrido, ¿quién queda para contarlo sino el misántropo?, de modo que sólo la ausencia de héroes da autenticidad al documento. En última instancia, la falsificación cínica es una trinchera en la que resistir frente a la Historia Unidireccional, cuando el destino de nuestra cultura es una ridiculez, cubierta de múltiples ornamentos, camuflada pero sin autoconciencia explícita de estrategia. El contextualismo que pretendiera dar una vía a las formas de resistencia[6] ha terminado por quedar atrapado, en muchos casos, por el mal de archivo: la musa museal ha narcotizado a los artistas díscolos, entregados, ahora, a lo divertido, al reciclaje, vale decir, a mantenerse a flote en el pantano. Nos queda el recuerdo consolador de Diógenes que, por lo que sabemos, no empleó las mañas del bricolage para conseguir que su tonel fuera más confortable, más raro o más provocador.
[1] Judith Butler: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Ed. Paidós, México, 2001, p. 177.
[2] Cfr. Robert Klein: “Notas sobre la desaparición de la imagen” en La forma y lo inteligible, Ed. Taurus, Madrid, 1980, p. 344.
[3] Cfr. Harold Bloom: La Cábala y la Crítica, Ed. Monte Ávila, Caracas, 1992, pp. 52-54.
[4] “El pastiche es, como la parodia, la imitación de una mueca determinada, de un discurso que habla una lengua muerta: pero se trata de una repetición neutral de esa mímica, carente de los motivos de fondo de la parodia, desligada del impulso satírico, desprovista de hilaridad y ajena a la convicción de que junto a la lengua anormal que se toma prestada provisionalmente, subsiste aún una saludable normalidad lingüística. El pastiche es, en consecuencia, una parodia vacía, una estatua ciega: mantiene con la parodia la misma relación que ese otro fenómeno moderno tan original e interesante, la práctica de una suerte de ironía vacía” (Fredric Jameson: El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo tardío, Ed. Paidós, Barcelona, 1991, pp. 43-44).
[5] Jean Baudrillard: “La ilusión y la desilusión estéticas” en La ilusión y la desilusión estéticas, Ed. Monte Ávila, Caracas, 1997, p. 15.
[6] Cfr. Boris Groys: “El contexto figurado” en Toponimias. Ocho ideas del espacio, Fundación “la Caixa”, Madrid, 1994, p. 54.
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