domingo, 27 de septiembre de 2009

Últimamente echo de menos Madrid ―pronúnciese «Madriz», claro―. Como todo lo que se echa de menos con cierta intensidad, se trata de un objeto mítico, inexistente. Me refiero a ese Madrid literario, al de Larra pero también al del Café Gijón o la sala El Sol. Al Madrid de mentidero; de bullicio, peligro, pero también de creatividad.

Soy víctima fácil de según qué recursos, y caigo rendido ante ciertos homenajes. De los mejores y más efectivos que conozco son los versos que le dedicó Sabino Méndez y que paso a reproducir:

En las calles de Madrid

Madrid...
Sólo hay un secreto que me lleva hasta aquí.
Que ha muerto el silencio en las calles de Madrid.
Alma de Ceesepe late muy dentro de ti.
Piérdeme. La muerte será dulce... en Madrid.

Cuando los gamberros tienen acceso a un poder,
y cuando los dandis muestran su desfachatez.
Cuando sus mujeres se han negado a crecer.
Cuando la locura ha vencido a la vejez.

Madrid...
Llévame en tu coche a algún vicio por ahí.
Búscame en las ondas alguien que hable para mí.
Dile a Pepe Risi que ya puede sonreír,
él mató al silencio en las calles de Madrid.

También echo de menos la época en que compraba discos por la portada. Víctima del mismo humor, hace una semana me hice con un librito de Juan Madrid, «Grupo de noche», sólo por lo que leí en su primera página: «El Cock era uno de esos bares frecuentados por periodistas, actores y gentes de letras que no hacían otra cosa que hablar y exhibirse. Cuando se reconocían, se abrazaban y besaban con grandes aspavientos, dando la impresión de sentir una alegría irrefrenable.»

Voces que respeto me han encaminado a un par de libros de Francisco Umbral, no sé si hago bien pero allá voy.

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