Últimamente echo de menos Madrid ―pronúnciese «Madriz», claro―. Como todo lo que se echa de menos con cierta intensidad, se trata de un objeto mítico, inexistente. Me refiero a ese Madrid literario, al de Larra pero también al del Café Gijón o la sala El Sol. Al Madrid de mentidero; de bullicio, peligro, pero también de creatividad.
Soy víctima fácil de según qué recursos, y caigo rendido ante ciertos homenajes. De los mejores y más efectivos que conozco son los versos que le dedicó Sabino Méndez y que paso a reproducir:
En las calles de Madrid
Madrid...
Sólo hay un secreto que me lleva hasta aquí.
Que ha muerto el silencio en las calles de Madrid.
Alma de Ceesepe late muy dentro de ti.
Piérdeme. La muerte será dulce... en Madrid.
Cuando los gamberros tienen acceso a un poder,
y cuando los dandis muestran su desfachatez.
Cuando sus mujeres se han negado a crecer.
Cuando la locura ha vencido a la vejez.
Madrid...
Llévame en tu coche a algún vicio por ahí.
Búscame en las ondas alguien que hable para mí.
Dile a Pepe Risi que ya puede sonreír,
él mató al silencio en las calles de Madrid.
Voces que respeto me han encaminado a un par de libros de Francisco Umbral, no sé si hago bien pero allá voy.
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