jueves, 24 de septiembre de 2009

Enfermedad, terror y socialización. Notas sobre la gripe A (I)


Con todo, los mitos continúan operativos como elemento de clarificación simbólica. El que nos corresponde a nosotros, el de nuestros tiempos, tal vez sea aquél mito griego de Titono, a quién Zeus concedió la inmortalidad, a petición de Eos, quien se olvidó de pedir también la eterna juventud; así el viejo Titono suponía en la Antigüedad la figura del inmortal eternamente envejecido que vagaba por la Helade con voz de cigarra (dicen).

El siglo XXI está al borde de su plena realización por medio del constante flujo y reflujo de las epidemias (o pandemias) provocadas y controladas por medio del mismo gesto farmacéutico que nos promete, y al mismo tiempo condena a, una existencia larga, dolorosa y envejecida. La gripe A, como ya lo fue la gripe aviar, es un ejemplo paradigmático de la capacidad de diseminación de la enfermedad y de su control preceptivo. Aunque estemos al borde de la pandemia el enfermo siempre será algún Otro -normalmente acordonado o enclaustrado- al que somos ajenos, de tal modo que la enfermedad no termine nunca de materializarse en la sociedad, sino tan solo en un grupo reducido de individuos (¿sacrificables?) [Todavía no he visto a ningún alto dirigente ser objetivo de la gripe A, a pesar de que su profesión implique un contacto constante con la población en congregaciones multitudinarias de todos los tipos: inauguraciones, ruedas de prensa, actos públicos, etc]

Las enfermedades de la era posmoderna son el nucleo motriz de la estructura social, que requiere para su vertebración de la existencia de un mal potencial que pueda ser tachado de enemigo público numero uno. La enfermedad, que podría ser controlada de manera total con un solo gesto farmacéutico, como fue realizado en China en tiempos de la gripe aviar, afecta, como he dicho, a un grupo reducido de alteridades, de tal modo que la sociedad en su conjunto experimenta el mal bajo la máscara potencial del terror hacia la exterioridad de lo social, los límites de la sociedad que tanto tememos. No es por lo tanto casual que niños, ancianos y las clases bajas sean quienes se encuentran en mayor riesgo frente a la enfermedad y al mismo tiempo puedan ser considerados como colectivos "excéntricos" a la lógica del consumo propio de la mediocridad de las clases medias adultas. El terror genera los impulsos consumista y defensivo —la necesidad de avituallamiento de provisiones ante la enfermedad y de aislamiento frente al Otro-que-vendrá—, a través del cual la sociedad reescribe sus limites constitutivos, realizando una distinción categórica entre lo interno y externo al propio sistema social, y restablece en el subconsciente colectivo el orden de las prioridades fundamentales para el mantenimiento de su estructura (consumo).

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