La enfermedad, como forma especializada del terror, provee, en tiempos de crisis como los nuestros, dos elementos fundamentales para la puesta a punto del sistema consumista: (1) un problema alternativo que genere la suficiente expectación popular como para que llegue a producirse una diversificación de los intereses mediáticos y electorales, cuya consecuencia más inmediata sea el sometimiento a una inusual sobre-explotación informativa de los individuos; de tal modo que la capacidad de respuesta y crítica de los individuos se vea reducida conforme aumenta la escala de la información entre la cual se escabulle el verdadero problema (la crisis económica en este caso) que debe ser devaluado (2) un enemigo público numero uno que, frente a los azotes convencionales del mal, normalmente encarnados en una figura (ladrón, asesino, violador, terrorista, etc) a los cuales podrían sumarse un grupo de seguidores, tiene la ventaja de ser un mal impersonal.
De manera análoga a la burocracia, que supone el gobierno de todos y de nadie, la enfermedad se experimenta como un error del que son culpables todos al mismo tiempo ninguno de los miembros internos de la sociedad, con la ventaja de poder culpabilizar también a la alteridad, esa la exterioridad de lo social, que se considera el origen de los males. La enfermedad, en consecuencia, se puede definir como un mal puro que solo se conoce como frontera y antagonismo: al no encontrarse personificado de manera individualizada o colectiva, no puede producirse un re-conocimiento de los individuos con unos fines/métodos/motivos a perseguir y que por lo tanto permitan la creación de un patrón a imitar por seguidores, adscritos (al movimiento) o contuberniados. En otras palabras, nadie puede estar a favor de la enfermedad y eso convierte al terror por la enfermedad en el instrumento socializador por antonomasia. Este terror es la consecuencia de un error no-mensurable, no-determinable a una sociedad o individuo; dado que tanto lo interno como lo externo es reconocido como causa y objetivo de la enfermedad solo queda concluir que todo y nada está enfermo.
No creo que deba eludirse la posible relación entre la enfermedad concebida como pandemia que un colectivo sufre de forma virtual y terrorífica y la creación de un impulso de defensa y replanteamiento de los límites de lo social, implícita en el nacimiento de los Estados modernos en el siglo XIV, que coincide justamente con el fin la que ha sido la mayor epidemia conocida, la de la peste negra. Un posible campo de estudio, que apunto para el futuro, sería la relación implícita en la trama argumentativa del Decamerón, donde la narración como elemento vertebrador de la sociedad surge -con un cierto afán de escapismo hacia otras realidades- al auspicio del colectivo de personalidades florentinas conformado y, en buena medida, de-limitado, en medio del bosque, durante la huida de la ciudad por causa de la peste negra.
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