viernes, 9 de abril de 2010

Nacho Criado si existe.


Fernando Castro Flórez.


Nacho Criado (Megibar, 1943) es, sin ningún género de dudas, uno de los artistas más lúcidos que he conocido. Aunque la inercia crítica le etiquetaba como “conceptual”, él se resistía a aceptar tal cosa, especialmente porque su cuestión decisiva era la de la idea y su puesta en escena sin que eso llevara, necesariamente, a una obra de carácter lingüístico. Su curiosidad intelectual era inmensa y podía ofrecer puntos de vista luminosos sobre arquitectura, antropología o música clásica. No tenía ningún miedo a explicitar sus referencias e incluso algunas de sus obras son “homenajes”, desde el que hiciera tempranamente a Rothko a los que dedicó a Duchamp para el que construyó habitaciones en su defensa en Guadajalara (México) o e Ljubljana (Eslovenia). Podía transitar de la poesía de San Juan de la Cruz (esos ojos que están dibujados en las entrañas o en el fondo de un pozo) al despoblador de Beckett o a la arquitectura alpina de Bruno Taut. Reivindicaba a creadores como Walter Marchetti, miembro del grupo ZAJ, o la interpretación de las Variaciones Goldberg de Glenn Gould. Tenía una cultura inmensa y, afortunadamente, estaba alejado de cualquier pedantería o afectación. Su máxima pasión era hablar de arte y podía hacerlo por espacios de horas, en un ejercicio agotadoramente placentero. Tras abandonar los estudios de arquitectura y aproximarse a la sociología comenzó a desplegar un proyecto artístico de enorme radicalidad; basta recordar sus maderas apolilladas o las pinturas sobre chapa o vidrio para comprender que no estaba dispuesto a vivir a la sombra del informalismo o entregarse al ludismo pop. Su obra estaba destina a ser inclasificable porque estaba cercano al póvera o incluso a fluxus y también tenía que ver con el reduccionismo minimalista o con la desmaterialización conceptual sin seguir ninguna estética de forma ortodoxa. Participó en los Encuentros de Pamplona (1972) que acaban de ser revisados rigurosamente por el Museo Reina Sofía y Simón Marchán, en su capital libro Del arte objetual al arte de concepto, le acompañó críticamente en años en los que no era nada fácil estar a la intemperie. Entre sus exposiciones más relevantes hay que citar las que hiciera en el Palacio de Cristal del Retiro (un edificio que le obsesionaba y en el que trabajó en dos ocasiones), la retrospectiva del año 2000 en el Instituto Valenciano de Arte Moderno, la instalación “En tiempo furtivo” en el Centro Galego de Arte Contemporánea y el Círculo de Bellas Artes bajo el título “Nacho Criado. No existe”. Su obra no era, en ningún sentido, comercial y, a pesar de ello, expuso en algunas galerías como Sen, Ciento Ginkgo, Charpa, A+A, Metta o Álvaro Alcázar. Distinguido con el premio Andalucía de las Artes, recibió recientemente la medalla de las Bellas Artes y el Premio Nacional de Arte en la última convocatoria. Recuerdo una de sus rotundas frases: “Entre la partida y la llegada la única aventura posible es el naufragio”. No es verdad y el mismo Nacho Criado lo ha demostrado con su vida espléndida. Pensaba en los cazadores furtivos, colocó cientos de escuadras para estanterías invisibles, materializó esa voz que clama en el desierto, trazó una geografía de amistad, comprendió que tras la ruina algo queda. Tenía un sentido del tiempo muy especial, aunque llegara tarde siempre inundaba el espacio con sus luminosos sueños, con esos proyectos que tenía pensados hasta el último tornillo. Ha sido mi maestro y mi amigo más querido. No puedo decir más.

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