domingo, 18 de abril de 2010

"No poseemos otra guía de nuestras acciones que el comportamiento de ese hombre divino que llevamos en nosotros, con el que nos comparamos, a la luz del cual nos juzgamos y en virtud del cual nos hacemos mejores, aunque nunca podamos llegar a ser como él. Aunque no se coceda realidad objetiva (existencia) a esos ideales, no por ello hay que tomarlos por quimeras." (Kant: KrV, A 569/ B 597)

Estoy leyendo la Crítica de la Razón Pura. Llevo dos meses de dedicación casi exclusiva a este libro. O eso dice el grabado de la primera página del libro: "1 de marzo de 2010. Ernesto Castro." No suelo firmar los libros (la mayor parte de ellos ya están firmados, de hecho son de mi padre), pero éste es desde luego LA excepción. Ahora que estoy en la recta final todavía no puedo mirar con perspectiva todo lo que me ha aportado y enseñado el padre de la filosofía moderna, todo ello a base de dejarme la vista y la paciencia con cada cara. Hoy, por ejemplo, he llegado a combatir por comprender cada linea: toda el día para terminar la Antinomia de la Razón. A medida que avanzo la obsesión va in crecendo. El otro día pensé que no podría dormir. A la hora de la siesta, después de dos horas dando vueltas en la cama, me sorprendí a mi mismo a caballo entre el sueño y la vigilia, soñando a duermevela que leia en mi mente un libro que mi propia mente no comprendía. De lo que estaba seguro era del autor: Kant, no cabe la menor duda. Aquello que no podía descifrar no era algún pasaje que ya había leido, sino aquello que me quedaba por leer. Cómo me imaginaba el final. Hay más: esta mañana me he levantado con la feaciente certeza de acabar de leer un pequeño opúsculo pre-crítico que sería la clave de bóveda de mi trabajo de investigación para la beca de excelencia (ésto último es, de hecho, el pretexto de esta tan ardua incursión en Kant).

El problema de estos libros clásicos cuyo contenido se ha filtrado (disolviendose, pero manteniedo la sombra, diríamos) en la cultura popular y, en menor medida, en las clases de la universidad; el problema, como digo, es que ya te han desvelado el final, o al menos su contenido. Ojo: no su forma. Así que llevo casi dos meses leyendo la Crítica fundamentalmente como tratado de estilística. Hay a lo largo del texto una sutileza conceptual que más tarde se transforma en determinación argumentativa, no obstante abierta a pequeños deslice y suculentas notas a pie de página que hacen las delicias de los exégetas (entre ellos me cuento yo, atormentado, que además de la estilística kantiana, tengo como objetivo trazar un puente entre Leibniz y Kant echando mano de Eberhard). Cuanto más avanza el tiempo (entendido como la cantidad esquematizada, esto es, la serie) y más despacio avanzo yo (robándole al texto texto y al tiempo espacio), más se va difuminando la efectividad de este trabajo, a día de hoy un ideal de la razón práctica, digamos mejor, pragmática: salvar como se pueda los "papeles" (nunca mejor dicho dada las gestiones burocráticas implicadas). Esperemos que mi Yo trascendental me acompañe (lo cual es por otro lado inevitable, tautológico y banal, dicho sea de paso: Ich denke es el vehiculo de toda representación), iluminándome el camino en la oscuridad de la interpretación; "aunque no pueda llegar a ser como él."

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