miércoles, 14 de abril de 2010

Notas a vuela pluma acerca de Roma. El lugar donde habito, aquí y ahora.






Roma es una ciudad abierta. Roma esta llena de águilas imperiales. Lugar extraño. Esteriotipado por el turismo. Bello en su caos. Feo en su orden. Roma es una puta de la que chupo leche. Roma me excita.  Alguna vez me acuerdo de Pound, de su huida por Fara Sabina. Cuando eso pasa me pongo malo. Otras veces veo el McDonalds con ruinas dentro y pienso que Roma es una locura. El otro día camine desde la Academia hasta Termini. Todo esta lleno de gente. Pienso que Berlusconi es un gilipollas. Roma es una nada que se aniquila a si misma como apunta Agamben. Acaso sea la perra aulladora que ladra a sus dueños. Platón lo sabe bien, sabe que Roma es como la filosofía. Es la fuerza del estatismo. Roma es como comer con las manos. Roma es amor al revés. Siento esta ciudad como propia. También la odio a veces como propia. Camino por las callejuelas romanas, veo a la gente y me entretengo. De repente un águila descomunal vigila mi cabeza. Es una sombra del pasado que parece hace un guiño a la historia y vuelve a mostrarnos que esta ahí. En la esquina un Rumano pide dinero. Habría que echar a todos los pobres de Roma, a los maricas,  a las putas, a los negros, a los rumanos, a los españoles, a los turistas. Solo debería haber gente de pura raza italiana. Nada de mezclas. Centuriones. Nada de medias tintas. Estoy en estado de delirio. Hace frío en Roma. Llueve mas que nunca he visto en mi vida. El agua se lo traga todo. El Tevere se desborda. Arrastra todo lo que pilla. Hace tabula rasa. Se filtra por todos los huecos, arrasa. Limpia la ciudad. Roma es alargada, como la sombra de los cipreses. Canta toda la noche para no dejarnos dormir. Roma esta cagando. Vomita carne. Escupe lujuria. Vende vicio. Roma es un lobo aletargado que espera para atacar. Roma es como mi madre. La siento dentro de mi, la extraño si me alejo. Me odia. Me mata cuando me mira. Roma tiene lo que no tienen otras, tiene un olor especial, diferente. Huele mal. La ciudad me trae a mi padre, ya lejano, me recuerda que hay que estrujarla. No dejar nada para luego. Roma será mestiza o no será. El padre muerto me acompaña, nada conmigo en el río. Esta a mi lado. Yo lo veo. No pretende nada, solo me sigue. Me ayuda. Conmigo camina también el amigo perdido, el que se fue si tener tiempo de llegar a ver Roma. Nos dejo sin avisar, sin tiempo para despedirnos. Que cabrón. Su ausencia forma parte de esta ciudad también, lo esperaba aquí. Jamás llegó. Aun así le sigo esperando. Algún día vendrá. Me tomo un negroni en la terraza del Calisto, quizás asome su carita rechoncha por la esquina, Roma es así, puede obrar el milagro. No tengo prisa. Estoy, en la medida de Sontag, postrado en Roma ante el dolor de los demás. A mi me la suda. No me duele. Puedo con todo. Por cosas peores he pasado. La vida me pone trabas y yo las salto. Roma me intenta aturdir, pero yo la conozco bien. No me dejaré liar. Roma tiende trampas como una vieja desdentada, no tiene piedad. No la quiere. La perdió hace mucho tiempo. Se pone el sol en Roma. Me vuelve loco. La luz expira y me reconforta. Me duele el alma de Roma. No puedo ya, vivir sin ella. Como la luz, un día se ira, pero yo la esperaré con ese negroni, sin prisa, porque aquí el tiempo no tiene medida, ni limite, ni dios, ni patria.

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