Me tropecé con la obra de Nacho Criado en Torrelavega, caminando hacia Santillana del Mar. Fue en un puesto de revistas, pasada la Avenida España, protegiéndome de la lluvia. Ahí supe que expuso en la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes. Poco antes de retornar a Santiago de Chile, una de las últimas cosas que apunté en mi diario de ruta europeo fue su antiexposición. Obviamente, acá, nunca supimos de él. Aunque algo, en realidad casi nada, de los Zaj. Lo que no mengua cómo el imaginario de Nacho Criado enganchó sin autocomplacencias ni caprichos, de manera imprevisible, mis recuerdos en las remotas hendiduras rituales de la cornisa cantábrica. Una y otra vez.
viernes, 9 de abril de 2010
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