viernes, 9 de abril de 2010



Nos conocimos, hace muchos años, en el Círculo de Bellas y ahora pienso que su existencia fue circular. Conversador, impetuoso, lúcido y divertido. Inclasificable. Entregada la amistad de forma torrrencial pero era pudoroso. Sobre todo amaba hablar de arte, algo tan infrecuente. Su tema era el tiempo y la memoria. Verdaderamente administraba el tiempo con gracia andaluza. Nunca perdió su acento. Ni supo corregir su tendencia a llegar tarde y apresurado. Durante años me dedicé exclusivamente a su obra. Tenía allí todo lo que necesitaba. Conectaba todo con todo sin ser, jamás, un delirante. Era andaluz pero también, lo juro, esloveno, madrileño del centro puro y con nostalgias permanentes del sur. En México se sintió del lugar y fue veneciano hasta el fondo del canal. No era, a pesar de todo, ni un "cosmopolita" ni un snob: habitaba en sus estancias mentales, en sus escenificaciones de ideas fascinantes. Bastaba escuchar como relataba una pieza que no había realizado y que tal vez jamas materializara para ver que era diferente. Sus títulos son uno de los momentos poéticos más intensos del arte contemporáneo español. Juzgaba con una precisión milimétrica y, sobre todo, no estaba dispuesto a aceptar etiquetas bobas o tendencias frenéticas. Iba a su aire: paseando, comprando libros, buscando discos de todo tipo. Hizo del no hacer algo fabuloso. En nuestra última conversación le mencioné a Bartleby pero él regreso a su admirado Duchamp del que conocía todas y cada una de la anécdotas. Se hacía querer y así lo pude comprobar ayer en el Tanatorio de la M-30. Pasó el Círculo de Bellas Artes al completo. Barja y su familia, Copón (que fue algo más que su brazo derecho), Sinaga e Ilse, Simón Marchán, y tantos y tantos. Pasé con él momentos extraordinarios. Nos hemos reído y, sobre todo, es tal vez la única persona con la que he estado callado horas y horas. Se aprendía a su lado una suerte de arte de la vida. Es el maestro al que no puedo dejar de rendir testimonio emocionado.

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