“¿Acaso la teoría del trabajo-mercancía es otra cosa que una teoría de la servidumbre disfrazada¿”
Hay una contradicción implícta en la lógica del capitalismo entre el deseo por la acumulación/re-producción del capital, y el carácter inasible del mismo. Si “capital” se define, tal y como hacía Adam Smith, en los términos de “cierta cantidad de trabajo acumulado y puesto en reserva”, el capital es, por definición, inaprehensible. “El valor del trabajo queda totalmente destruido si no se vende continuamente. A diferencia de las verdaderas mercancías, el trabajo no es susceptible de acumulación y ni siquiera de ahorro. El trabajo es vida y si la vida no se entrega cada día a cambio de alimentos, sufre y no tarda en perecer. Para que la vida del hombre sea una mercancía hay que admitir, pues, la esclavitud.”[1] De este modo el trabajo se convierte en el principio de alienación humana. El trabajo -como toda mercancía: más deseada cuanto más inasible- no es considerado por su valor en si mismo, en virtud de su capacidad creativo-productiva, sino en relación a una lógica que le es ajena: la lógica de la acumulación y el intercambio, que degrada al ser humano a la categoría de eslabón mercantil dentro la cadena infinita de la circulación consumista. Una cadena que desconoce y por la cual se encuentra dominado, donde hasta la esclavitud es meramente un valor de cambio.
[1] Karl Marx: Manuscritos de Economía y Filosofía, Ed. Alianza, Madrid, 1968, p.66.
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