sábado, 21 de mayo de 2011

ROLLIN scratchin EN ORO




Me encomiendo al hermano del canciller Rollin de Francia, que está enterrado en Beaune, donde vivió y bebió y recordaba noventa y nueve vinos diferentes, sin equivocarse ni cuando estaba beodo. Dicen que en los últimos años de su vida, si apretaba la lengua con los dientes, aunque hiciese un mes que no bebía ni gota, aquélla rezumaba vino borgoñón, los famosos vinos del Hospicio, que le caía en dos hilos por el mentón…

Y no vacilo en encomendarme a los grandes catadores de sidra y cerveza, porque si hubiera habido en sus reinos vino, la cálida y fastuosa sangre de la tierra, hubieran sido los príncipes de los catadores. Me encomiendo, pues, a Nagh ta Piuch, el gaélico, que distinguía las diecisiete sidras de Irlanda. Un rey de Tara, distraído, metió su mano derecha, adornada con grandes anillos, en una jarra de sidra. Vino Nagh y traía sed y bebió un largo trago de ella.

-Sabe a oro-, dijo paladeando.

Y los anillos reales sólo habían estado un instante en la espuma…

Y finalmente me encomiendo a Walter von Kutzue, delicado cantor y perpetuo borracho de cerveza, porque tenía el don, cuando la cerveza lo habitaba, de oír en su corazón las calandrias de agosto que se habían posado en los varales del lúpulo. Y si no había habido calandrias en aquel lugar, lo conocía y no bebía de aquella cerveza. Seguía a otra posada con su sed y con su laúd

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