Hola, amigos

Decía Ramón y Cajal que a los amigos se les pierde como a los dientes, o sea, según pasan los años, y con dolor. También decía el afamado médico que si el alma pierde la aureola juvenil «los generosos torneos por el aplauso son sustituidos por las egoístas competencias por el dinero». Qué hombre más listo, pardiez. «¿No tienes enemigos?», preguntaba. «Entonces jamás dijiste la verdad ni amaste la justicia».
El arte y la cultura saben mucho de estas cosas aunque, aparentemente, abunden aquí los abrazos y los apretones. No hay más que darse un paseo por cualquier inauguración para creer que uno tiene muchísimos amigos. Y manejando bien internet, ni te cuento. Menudo chollo. Pero no nos engañemos; corren malos tiempos para la lírica y para las amistades comprometidas.
Cierto que crecen sin tregua las redes sociales, y los contactos, pero lo hacen de manera directamente proporcional a la soledad de cada cual frente a su ordenador. A lo mejor cada amigo es un pedazo reconquistado de nosotros mismos. Picasso, que tenía muy mala leche, quería ganar mucho dinero para vivir tranquilo («vivir como los pobres », decía) y, con cada pincelada, le crecían los aplausos. Al que tiene buen vino en su bodega enjambres de amigos le llegan. Pero la auténtica amiga del genio malagueño fue la pintura («es más fuerte que yo, siempre consigue que haga lo que ella quiere») y su principal pasión, el taller.
En fin. Mi abuelo Eladio decía que un amigo es un amigo hasta que se demuestre lo contrario. Una máxima que deberíamos aplicar al arte, a las redes sociales, a la política (¿cómo dices?), al cine, al deporte, a la gastronomía... pero AlNorte, sin ir más lejos, tiene 1.200 amigos en Facebook, de los que solamente conocemos a 20. La cosa resulta, cuando menos, extraña.

«Antes que al médico, llama al amigo» (Pitágoras)