Desde mis tiempos de estudiante me ha intrigado la comprensión lectora ante los problemas del arte. No tengo certeza alguna de la capacidad de mis colegas para enfrentar los problemas en el área de lectura artística cuando usan símbolos visuales, decodifican sonidos o les asignan significados. Con todo, pareciera que la operación de administrar variables cognitivas, emocionales y sociales por parte de los involucrados en el negocio del arte, cuando les da por unir o armar redes, no es más que una mezcla mal resuelta que alegoriza las deficiencias del modo de trabajar de las ferias de arte y bienales. Intentos fallidos de comisariados aunque con gestiones bien ensambladas y suficientemente funcionales a los ciclos academicistas, impostura llamada “bienalismo”. Estos remilgados elementos hay que tenerlos en consideración cuando eres alineado en el glamoroso calendario de alguna bienal o feria. Sabemos que los fallos internacionales de Basel o la Whitney no necesariamente afectan el propio proceder artístico porque, a ratos, encontramos nuestro lugar (y otras veces no tanto) fuera de las aristas timoratas de exposiciones embotadas de analfabetismo funcional.
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