sábado, 21 de enero de 2012
Los burros, mulas, caballos y ponys pt.2
Los machos cuando descansan del trabajo son peores. El parto más temprano es a partir de los treinta meses, pero es normal desde los tres años; tienen el mismo número de crías que las yeguas y a los mismos meses y de modo similar. Pero su útero incontinente expulsa con la orina el semen si no se le obliga a correr golpeándola inmediatamente después del apareamiento. Rara vez pare dos crías. Cuando va a parir evita la luz y busca las tinieblas para no ser vista por el hombre. Se reproduce durante toda su vida, que llega hasta los treinta años. El amor a su hijo es enorme pero su odio al agua es mayor: atraviesan el fuego para ir junto a su borriquillo, pero si hay en medio el río más pequeño, les aterroriza incluso mojar sólo las patas. Y las que están en los pastos no beben a no ser en las fuentes a las que están acostumbradas y con la condición de ir a beber por un paso seco; no atraviesan los puentes a través de cuyas rendijas se deja entrever la corriente; y es asombroso: tienen sed pero, si se les cambian las aguas, hay que obligarles o rogarles para que beban. A no ser que haya un espacio amplio al acostarse, la burra no está segura; pues al dormir sueñan dando frecuentes patadas, que, si no se producen en el vacío, con el impacto de un material duro les causan enseguida cojera. La ganancia que se obtiene de los burros supera a las tierras más fértiles. Es sabido que en Celtiberia cada hembra ha parido por valor de 400.000 sestercios, procedentes sobre todo de la cría de mulas. Se dice que son muy importantes en aquellas los pelos de las orejas y de las pestañas; en efecto, aunque el resto de su cuerpo sea de un solo color, transmiten a su descendencia los mismos colores que tienen allí. Mecenas1 instituyó la costumbre de comer borriquillos, preferidos en ese momento a los onagros. Después de él ha desaparecido la reputación del sabor del burro. Cuando pierde la vista esta especie muere rápidamente.
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