lunes, 30 de julio de 2012


“¡ MIRA COMO ME PONGO ¡”: UNA INCURSIÓN HERMENÉUTICO-FENOMENOLÓGICA SOBRE LA MIRADA PORNOGRÁFICA Y OTROS ACCIDENTES MANUALES  

Como bien se puede distinguir en español, no es lo mismo mirar que ver. Pero tampoco es lo mismo mirar el cielo estrellado encima de mí ( que tanto admiraba Kant ) que mirar a una mujer desnuda, en el des-velamiento de la verdad que, ocultándose, clarea y despeja y mantiene a lo ente en la presencia ( permítasenos este alarde heideggeriano ) y en tanto que tal des-nudamiento  ( como des-velamiento ) la mujer deja manifestar aquello que se muestra desde sí-mismo y, simultáneamente, se oculta aquello que propicia el desvelamiento mismo de la mujer como tal. La mirada pornográfica, en tanto que variante de la mirada teorizante-calculadora-manipuladora, cosifica el acaecimiento de la mujer como objeto del deseo, olvidando el ser de tal acaecimiento desocultador.
Para una mirada postpornográfica o una mirada porno postmetafísica, la mujer desnuda todavía oculta algo, a saber, un acaecimiento desvelador que funda el sentido de la verdad de la mujer desnuda. Tal acontecimiento es indisponible como sujeto y como objeto. Se trata de la transparenciación, vía ocultación, del aurea enigmática de una presencia en forma de ausencia, como retroferencia a un sin-origen, sin-fundamento, en definitiva, a la pura dispersividad del devenir.
La mujer desnuda a la que atiende la mirada pornográfica, como el dios que tiene su residencia en Delfos, ni dice ni calla sino que señala hacia un acaecimiento que localiza y temporaliza un topos localizador de un deseo de/por tocar como Santo Tomás ( si no lo toco no lo creo ). Mientras, la mirada pornográfica suele alucinar en colores y dispersarse en una miríada de alusiones que incitan a la excitación, alba de una promesa que promete  su propio incumplimiento, el fracaso de la mirada por acabar siendo un tocar, en tanto que tocar implica la aniquilación de la mirada.
Si la mirada pornográfica promete que tocaremos (y no sólo que nos tocaremos) algo otro, que la mirada pornográfica desea su propia autodestrucción porque desea ya no mirar, sino tocar a la mujer desnuda. El fracaso de la promesa de la mirada porno nos convierte en unos ( meros ) mirones: si la mirada porno nos prometía tocar algún cuerpo otro de nosotros mismos, el fracaso de tal promesa, la incapacidad de suprimir la mirada entendida como tocar a distancia, por tanto, un no-tocar nos aboca a  acabar donde empezamos, es decir, a sobarnos a nosotros mismos sin más ( ni menos ).
La mirada pornográfica ( tocar a distancia a la mujer desnuda que provoca erecciones anímico-físicas ) incita a escribir, como se puede comprobar, sobre la experiencia de una transgresión de aquello que no debe verse ( está muy mal visto ver cosas malas ) en tanto que aquello que no debe verse provoca a pensar sobre la arbitrariedad de ciertos juicios universales (in)morales supuestamente evidentes. También se prohibe la visión de ciertas situaciones, cuerpos y demás porque pueden provocarnos una excitación, que pudiera des-embocar en una revolución.
Más allá de todo tutelaje moralista (que no moral ), cabe preguntarse si el pornográfico mirar, entendido e interpretado como un tocar a distancia, no consiste en la promesa de su propia destrucción, un prometer meter, aquello por lo cual se extingue el mirar para cumplimentarse, en su ausencia, como un tocar ya no a distancia ( mirar ) sino un tocar como dios manda.
En definitiva, suprimir la distancia con que se toca  a la mujer desnuda a favor de tocar-la sin mediador (vicariato óptico). La promesa en que consiste la mirada porno implica la abolición de la propia mirada. Si fracasa en la promesa, la mirada permanece como tal y, en tal dominio, no dejaremos de ser meros mirones. Dejar de ser un mero espectador que se toca a sí mismo y convertirse en un actor que toca lo que toque en cada momento ( preguntadle a Nacho ), esa es la promesa, esa es la ilusión ( en el sentido de apariencia, de deseo y de iluso...............) de la mirada pornográfica.
La mirada pornográfica, si tiene realmente un significado fenomenológico consistente y pleno, tiende a cumplir la promesa de su propia destitución existencial, su anonadación para que emerja la experiencia de tocar, el acontecimiento de tocar la mujer desnuda. El cuerpo otro que nos excita en el libre juego de tocamientos en el que consiste el mundo.
O se mira o se toca. De nuevo, una regresión a la tierna  e inocente infancia: ¡Se mira pero no se toca, niño¡.
Tocar contamina de un modo distinto a como lo hace el mirar, aunque la mirada pudiera ser más subversiva por la siguiente razón: el mirar no se limita ni se circunscribe a las determinaciones espaciotemporales, al presente fáctico de la mujer desnuda, sino que ella y en ella expresa y se da la potencia del juego desbordante de la imaginación, la cual prefigura, a partir de las aprehensiones ( presente ) y de las representaciones ( pasado ) experienciales, situaciones en las que deseo encontrarme con relación a la mujer desnuda, brotando una multiplicidad de  mundos posibles, a saber, yo- encima-tu- debajo; yo- debajo- tú- encima; yo-aquí-tú-allí; yo-allí-tú-aquí; dentro-fuera, fuera-dentro.......................( pareciera un canalla revival  de las lecciones fundamentales ( por remitir a los fundamentos de nuestro estar en el mundo) impartidas en Barrio Sésamo por Coco ).
Cuando se toca, se toca “este” cuerpo en un determinado estado de cosas fáctico-concreto. Cuando se mira , se abre lo presente a múltiples variaciones con o sin repetición, a lo cual es abocado por el deseo que mueve a ver más allá de lo permitido, a ver más allá  de lo propiamente visible en un gesto de absoluto arrobamiento desmesurado, afirmativo y transformador.revolucionario ( NietzscheDeleuze ). Ir más allá del mero mirar no es otra cosa que tocar.
Se decía antes que el deseo de tocar, por tanto de ser tocado ( tocar entiéndase, en un sentido fenomenológico amplio, como cualquier rozamiento-fricción, como capacidad de afectar a un cuerpo otro y de ser afectado por tal otro cuerpo ), implicaba lógica y ontológicamente abolir, suprimir la mirada, entendida como tocar a distancia, es decir, un no-tocar.
Por otro lado, la mirada pornográfica, por su propia naturaleza, es insaciable y, por tanto y en algún sentido, insuprimible, que rehusa la abolición en tanto que persistente conatus de contemplación de cuerpos sexuados y sus ( interesantes ) interacciones ( rozamientos que dan gusto ).
Moraleja: O se toca o se mira. Pero se mira para aprender a tocar, o sea, aprender a dejar de mirar para poder mirar más profundamente ( tocar ) a la mujer desnuda o el cuerpo otro que induce al respeto ( ético-político ), a la admiración ( estética ) y a la reflexión ( filosófica )

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