Las llagas estaban desapareciendo.
La piel, agrietada y descompuesta, recuperaba su tono rosado; los bordes de esta piel nueva, se extendían, buscándose unos a otros sobre las llagas que se iban cicatrizando, y en algunos casos, ya se entrelazaban. Estaban reapareciendo las cejas que se habían sumido en un caldo de carne podrida. Las gotas de pus que habían empapado el cuello de la camisa con un horrible color amarillo, se estaban secando.
Este fue su último pensamiento en vela de la noche, pero cuando despertó a la mañana
siguiente, recordaba el sueño con todos los detalles (si bien el eco perdido y solitario de sus pisadas en el corredor desnudo, era el único que conservaba todo su color emocional) y no se desvaneció en el transcurso de los días como sucede generalmente con los sueños.
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