Que Chile sea la economía mejor evaluada de la región, en gran medida
por contar con una política de apertura económica internacional basada en
acuerdos comerciales con medio centenar de países, entre ellos Estados Unidos,
China y los de la Unión Europea, no significa nada para el arte. Muchos artistas desean huir de las crisis
políticas, económicas y sociales de sus países de origen y recalar en la tierra
de Neruda, Huidobro, Jorodowsky, los Parra, Víctor Jara, Bolaños y la Mistral pero ignoran que sólo tienen futuro
los profesionales provenientes del área minera y energética. No sólo las
estadísticas lo señalan. Me extendería en los por qué, pero tiendo a
deprimirme. Sólo señalaré que provengo de una sociedad que no es igualitaria, donde todo cuesta, desconfiada de la sociedad de bienestar, porque ni la
universidad ni el sistema de salud es gratuito, tampoco hay subsidios
laborales. En un lugar así, para el Estado, los gobiernos de turno y el
empresariado (que dispone de otros estímulos tributarios mediante el deporte y los partidos políticos) el arte es algo que no tiene mucho sentido. Hasta un simpatizante
antisistema se inquieta cuando te la das de artista, porque para militancias
y propagandas políticas tampoco eres útil. Puede leerse como una exageración para
alguien no nacido, criado y educado en un régimen neoliberal ortodoxo.
Y esta realidad es la principal diferencia cultural que me distancia de mis
colegas de otras latitudes cercanas, lejanas o remotas. Incluso de mis colegas
chilenos que mantienen las apariencias de un mundo del
arte inviable, sin negociación cultural con las fallas estructurales del país. Al
igual que en algún país islámico, del bloque chino o africano, pero por razones
muy diferentes. Obviamente, Friburgo 3334 debía poner ritmo al asunto.
sábado, 1 de noviembre de 2014
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