martes, 26 de marzo de 2013

Tormenta con una endemoniada pareja de seises y cuatros, como la mordedura de algo corrupto. ¿Lo veis? ¿Veis la historia? ¿Veis algo?




Alguna influencia de la atmósfera —la misma, con toda probabilidad, que había impulsado al camarero a llevar a la cabina, sin haber recibido orden alguna, las botas de agua y el capote de su capitán— había guiado misteriosamente su mano al estante de la biblioteca y, sin tomarse siquiera el tiempo necesario para sentarse, se enfrascó con esfuerzo consciente en la intrincada maraña de aquella terminología. Un instante después estaba engolfado en un verdadero torbellino de semicírculos, cuadrantes de izquierda y derecha, curvas, epicentros, cambios de viento y discos de barómetros. Intentó llevar todo aquel fárrago de informaciones teóricas a una relación con su propia persona y terminó por sentir una desdeñosa irritación ante tantas palabras, semejante cúmulo de consejos, todo ello cerebral y supuesto, sin la más mínima certidumbre. —¡Esto es terrible —exclamó aún con evidente enojo—. Si uno fuese a creer todo lo que se ha escrito en este libro, se pasaría la mayor parte del tiempo recorriendo los mares, en un desesperante esfuerzo para hurtarle el cuerpo a las tormentas. 


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