viernes, 16 de septiembre de 2011

PANTEÓN Coral D


El jorobado me hizo una seña alentadora, los ojos
encendidos por una astronomía de sueños.


Así se formaron los escultores de nubes de Coral D. Aunque me
consideraba uno de ellos, nunca volé en los planeadores, pero
les enseñé a volar a Nolan y a Manuel, y más tarde, cuando se
unió al grupo, a Charles Van Eyck. Nolan había encontrado a
ese pirata rubio de las terrazas en Vermilion Sands, un
teutón lacónico de ojos duros y boca débil, y lo había
llevado a Coral D cuando terminaba la estación y los turistas
prósperos y sus hijas núbiles regresaban a Red Beach. --Mayor
Parker... Charles Van Eyck. Es un cazador de cabezas
--comentó Nolan con humor frío--, ...cabezas de doncellas.
--A pesar de la incómoda rivalidad que había entre ellos, me
di cuenta de que Van Eyck le daría a nuestro grupo una útil
dimensión de glamour.
Desde el comienzo sospeché que el estudio en el desierto
pertenecía a Nolan, y que estábamos todos al servicio de
algún capricho personal de ese solitario de pelo negro. Pero
en ese momento yo estaba más preocupado por enseñarles a
volar: primero con un cable, para dominar los ascendentes
movimientos de aire que barrían la cúspide enana de Coral A,
la torre más pequeña, luego las pendientes más inclinadas de
B y C, y finalmente las poderosas corrientes de Coral D. Un
atardecer, cuando yo empezaba a enrollar los cables, Nolan
cortó el suyo. El planeador cayó a plomo hacia atrás, picando
para empalarse en las agujas de piedra. Me arrojé al suelo
mientras el cable azotaba mi coche, destrozando el
parabrisas. Cuando levanté la mirada, Nolan volaba alto,
planeando en el aire colorido por encima de Coral D. El
viento, guardián de las torres de coral, lo llevó entre las
islas de cúmulos que velaban la luz del ocaso.
Mientras yo corría hacia el cabrestante se cortó un
segundo cable, y el pequeño Manuel cambió de rumbo para
unirse a Nolan. Cangrejo feo en el suelo, en el aire el
jorobado se transformó en un pájaro de alas inmensas que dejó
atrás tanto a Nolan como a Van Eyck. Miré cómo giraban
alrededor de las torres de coral y luego aterrizaban juntos
en el suelo del desierto, agitando los rayos de arena, que se
levantaron como nubes de hollín. Petit Manuel estaba
alborozado. Se pavoneó a mi alrededor como un Napoleón de
bolsillo, despreciando mi pierna rota, recogiendo puñados de
vidrio roto y arrojándolos por encima de la cabeza como quien
ofrece al aire ramilletes de flores.

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