domingo, 18 de septiembre de 2011


Hace unas semanas, la prensa local tituló que en 2010 el PIB de Chile superó los 200.000 millones de dólares, equivalente a un ingreso per cápita como el de Hungría –unos 12 mil dólares–, lo que nos acerca el umbral del desarrollo. Sin embargo, al mismo tiempo, un reciente informe de la OECD indica que Chile ostenta un triste último lugar en este grupo de países en cuanto a desigualdad. ¿Vale la pena preocuparnos de la desigualdad si ya tenemos un ingreso promedio como el de Hungría? ¿Viven la mayoría de los chilenos como el promedio de los húngaros? Cuando tenemos una desigualdad extremadamente elevada, como en Chile, surge el problema de que el ingreso promedio es un indicador que no refleja lo que Chile realmente es.

Una forma de entender cómo vivimos los chilenos y por qué los promedios no reflejan bien nuestra realidad es ordenar a nuestra población en 10 grupos iguales, de acuerdo a su ingreso per cápita promedio, y comparar el PIB per cápita de cada grupo con el de un país que tiene un ingreso similar. Al hacer esa comparación el resultado es impactante y refleja que, en la realidad, existen dos Chiles.

En primer lugar, solo dos de los 10 grupos –un 20% de la población chilena– siquiera se acerca a un ingreso per cápita equivalente al de Hungría. El 10% más rico (primer grupo) de los chilenos vive de hecho como en un país muy rico. El ingreso promedio de este grupo (más de $60.000 dólares per cápita, en términos comparables) es superior al promedio de Estados Unidos, Singapur y Noruega. El segundo grupo, (segundo 10% más rico), vive levemente mejor que Hungría, con ingresos similares a Eslovaquia y Croacia, países de ingreso medio-alto. Este 20% es el Chile que vive bien o muy bien.

El otro Chile, que es la gran mayoría del país, vive en un país de ingreso medio o, lisa y llanamente, en un país de ingreso bajo. En efecto, el tercer 10% de la población vive como el promedio de Argentina y México. El cuarto grupo como Kazajstán. Todavía nos queda el 60% de la población. Allí nos encontramos con ingresos equivalentes al de Perú en el 5º grupo; similar a El Salvador en el 6º grupo; Angola en el grupo 7; Bután y Sri Lanka en el 8º; similar a la República del Congo (9º); y, finalmente, similar a Costa de Marfil en el 10º grupo. En la práctica, el 60 % del país vive con ingresos promedio peores que Angola. Este es el Chile de la mayoría, nos guste o no.

Además, cuando hay mucha desigualdad puede ocurrir que a pesar de tener un ingreso promedio superior al de otro país, la mayoría de la población viva peor. Si, por ejemplo, nos comparamos con Uruguay, Chile tiene un ingreso promedio 7% más alto. Sin embargo, el 80% (más pobre) de los chilenos tiene entre un 8% y un 11% MENOS de ingreso que el mismo 80% en Uruguay! ¿Por qué, entonces, Chile tiene un mayor ingreso per cápita? Porque el 20% más rico es mucho más rico que en Uruguay (un 23% más).

Los datos presentados nos muestran que es importante mirar más allá de los promedios. Que alcanzar el “desarrollo”, es un objetivo encomiable, pero implica que al llegar a la meta al menos el 60% del país va a estar aún MUY lejos de ella. Es un imperativo a no dar la espalda a nuestra estructura económica, en extremo desigual, y a tomar medidas para enfrentarla. Esto no quiere decir que no importa promover el crecimiento económico y los aumentos de productividad. En lo más mínimo. Pero sí quiere decir que cuando existen estos Chiles tan distintos, las políticas que efectivamente empujen igualdad de oportunidades reales tienen un valor muchísimo mayor que en otras partes, donde la sociedad se beneficia de reglas parejas y oportunidades relativamente similares desde la cuna.

Andrés Zahler Torres

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