jueves, 4 de junio de 2015

Apuntes para una bizarra historia rocanrolera (borrador 1)


La historia se remonta a finales del 2009. Andaba cabreado con Fernando Castro Flórez, en jerga chilena diría que yo "no estaba ni ahí". Entonces, desconocía los matices de la cultura española y por eso no le entendí nada de lo que quiso decirme, salvo que debía conocer a Domingo Sánchez Blanco. Entremedio de todo esto, me fichó en este blog. Fue el año que llegué aquí de la misma manera que a la dirección de la escuela de arte más antigua de mi país: sin la mínima idea de qué diablos había sucedido. Entonces tomé dos decisiones. La primera, cambiar mi look desaliñado, exceptuando mis deportivas a mal traer, durante simbólicos nueve meses. Nada más. No usaba corbata desde que salí de la secundaria. Fue una sorpresa para mis colegas llegar de repente de cuello y corbata. Estaban habituados a mis llegadas a la escuela en patineta, las entradas triunfales por la ventana, o cantando "Instant Karma". Mi informalidad académica no es teórica y travestirme por Boloña o las industrias creativas nunca estuvo en mis planes. Para evitar los traspiés de la mala memoria, ubiqué en mi escritorio de autoridad académica pública, estatal y laica una imagen del papa Juan Pablo II con un brazo menos. Era fantástico observar cómo quienes me visitaban quedaban hipnotizados por aquella figura a mal venir encontrada en un basural. Podría decir que en realidad no me hablaban a mí sino a Él. Tal cual. Debo confesar que no había nada de la sofisticación de Pasolini o Scorssese en estas situaciones pero de que había onda en el asunto, la había. La cuestión es que a los nueve meses dejé de usar cuello y corbata en una conferencia sobre arte y psicoanálisis, donde analicé la obra de Domingo Sánchez Blanco. Poco después mi período de autoridad académica, como era de esperar, terminó abruptamente.

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