miércoles, 10 de diciembre de 2014

De la admirable invisibilidad, cuyo afán de no ser vista o rehuir ser vista hace que se tenga esta aventura por apócrifa.



Mis obras son incómodas porque no han sido pensadas para estar impresas en cibachrome, tampoco ser exhibidas en museos ni fuera de ellos. Sí, es una paradoja pero es así. Son imágenes que en el mejor de los casos pueden ser vistas en la pantalla de un ordenador, una tableta o un teléfono móvil sin dar cuenta a cabalidad de lo que en realidad son. Tienen de la fotografía el afán documental como del cine la ilusión de los efectos especiales pero sin desear ser parte de la una ni la otra. Habitualmente, las publico en medios electrónicos como si de un cuadro en el muro se trataran, sin desconsiderar mi profundo distanciamiento y desinterés por las relaciones dependientes entre el artista y el espectador cuando las hago públicas. En este sentido, mi quehacer es desconcertante. Tampoco ignoro, por estética o gusto, que mis imágenes son fetichizables pero escurridizas ante la posibilidad de ser reducidas a un tipo de cosa que niegue su intangibilidad. Ya que son eso, imágenes que habitan un espacio intangible de flujos creativos en constante evolución y que fuera de ese lugar sólo pueden existir en calidad de ruinas, unos vestigios siempre insuficientes para dar cuenta de la experiencia artística de la que han sido parte. Fragmentos que plantean escollos de re-creación o sobreinterpretación de lo documentado.

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