“Llegué a los Jardines del Robledo entre
esqueletos de monte invernal, una tormenta se aproximaba sin dejarse ver entre
la niebla y de incógnita tapé mi vientre con una peluca.
Un viaje sola y una estancia ascética
con motivos físicos y mentales cultivaron mi cráneo, no es fácil para quien se
ha acostumbrado a la compañía del otro pero era necesaria la desconexión
llevada a cabo, aunque no saliera de la hura de siempre en la cual como una osa
vigilo mi miel, la de la vida es una cruzada de viajes solitarios entre los
cuales aparecen personajes imaginarios.
Me
persiguió un buitre dando vueltas a
mi alrededor, a la altura de mi cintura, me dijo que escarbara en la
tierra para
encontrar un secreto de oro, una muela gigante con raíces de árbol de
cementerio que crecen hacia el cielo, mientras la limpiaba de barro me
quemé la
mano, después llegaron aquellos humanos de los que hablaba antes, me
metieron en un coche y fuimos a un teatro seco con frases de rojo
chorizo intenso, entonces volví a convertirme en el personaje que era
antes”
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