Por descabellado que pueda parecer a priori, lo cierto es que Blondon Comes Alive! es el disco que documenta la amistad que trabé con Fernando Castro Flórez durante la Bienal de Chile. No es demasiado obvio al escuchar los cortes. Y no es una mera colaboración sino una fusión, una mezcla extraña e inesperada donde uno de los mayores rasgos distintivos fue que me importó un bledo todo lo que no fueran recovecos y dobles lecturas apropiacionistas. Materializado en canciones que referencian al deseo de ser artista, el terremoto de Chile o escapismos varios. El
principal capital de estas grabaciones son las dosis de gamberrismo con olor a
tiempos pasados, un enjambre de ideas sin anabolizantes apiñadas en tres
sesiones grabadas a finales del 2009. De entrada, Blondon Comes Alive! es
un juego de palabras con el nombre de la banda de Deborah Harry, Blondie,
y el título del clásico doble directo Frampton Comes Alive! del
ex-guitarrista de Humble Pie. Quise recoger y regurgitar una particular
arrogancia melómana bajo un rebuscado título que exhibiera mi deseosa iconoclastia
por fuentes poppies inconexas. La constante decolorante del título creo que bien lo ilustra dado que Blondon es también la
deformación fonética de una marca de polvo decolorante de cabello, asociada a las
“rubias teñidas” o “rubias oxigenadas” aunque mi asociación de significados circula por las connotaciones a las libertades cosméticas
de fin de siglo.
La tónica de estos cortísimos temas intentaban esculpir las características más estúpidas de la sociedad chilena y su estereotipado concepto de bienestar. Algo conceptualmente advertido en mi inenarrable musical La desaparición de la clase media en Chile que realicé en la IX Bienal de Arte y Nuevos Medios (Museo de Arte Contemporáneo, 2009). Un dato a considerar: el álbum surgió de sentimientos primarios pero sin ánimo de puerilizarlos, algo así como entender sin destino ni idealización alguna qué es el arte contemporáneo chileno. Al respecto, no puedo ignorar el contexto de estas grabaciones, que fueron iniciadas entre las elecciones presidenciales que dieron al derechista Sebastián Piñera la victoria, en segunda vuelta, y los días posteriores al terremoto y tsunami conocidos con el numerónimo 27F. O que gran parte de los cortes fueron postproducidos y subidos al ciberespacio desde la zona más desértica del país ignorando que lo estaba haciendo desde el escenario futuro de otra tragedia mediatizada: el derrumbe de la mina de San José. En todo caso, fue mi último disco con tracks ruidistas, producido entre diciembre del 2009 y abril del 2010, coincidiendo su publicación con el debut de la Cátedra Domingo Sánchez Blanco.
La tónica de estos cortísimos temas intentaban esculpir las características más estúpidas de la sociedad chilena y su estereotipado concepto de bienestar. Algo conceptualmente advertido en mi inenarrable musical La desaparición de la clase media en Chile que realicé en la IX Bienal de Arte y Nuevos Medios (Museo de Arte Contemporáneo, 2009). Un dato a considerar: el álbum surgió de sentimientos primarios pero sin ánimo de puerilizarlos, algo así como entender sin destino ni idealización alguna qué es el arte contemporáneo chileno. Al respecto, no puedo ignorar el contexto de estas grabaciones, que fueron iniciadas entre las elecciones presidenciales que dieron al derechista Sebastián Piñera la victoria, en segunda vuelta, y los días posteriores al terremoto y tsunami conocidos con el numerónimo 27F. O que gran parte de los cortes fueron postproducidos y subidos al ciberespacio desde la zona más desértica del país ignorando que lo estaba haciendo desde el escenario futuro de otra tragedia mediatizada: el derrumbe de la mina de San José. En todo caso, fue mi último disco con tracks ruidistas, producido entre diciembre del 2009 y abril del 2010, coincidiendo su publicación con el debut de la Cátedra Domingo Sánchez Blanco.
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