martes, 28 de octubre de 2014

Verano de 1977


Los veranos en la Hacienda Las Canteras eran la oportunidad para observar el comportamiento de la naturaleza de manera distendida. Me recuerdo tirado al césped, intentando atisbar cosas entre el follaje de los bosques nativos mientras el flujo de las aguas cordilleranas abrazaban mis pies. Siempre con el conflicto de sostener el libro de historia del arte que leía con avidez y distraerme jugueteando con los insectos, alertas a mi invasiva presencia como en un cuento de Swift. Así empezó mi diálogo con la entomología. Nunca fui de aquellos adeptos al formol y los alfileres, lo mio era observarlos e intentar dibujarlos. Unos años después, mi primer trabajo remunerado fue realizar ilustraciones entomológicas, una experiencia donde compartí con mis empleadores la fascinación por las películas de bajo presupuesto, aquellas donde nuestro planeta estaba constantemente amenazado por insectos gigantes o parientes extraterrestres de las especies con menos fotogenia. También fue donde conocí una sobrecogedora pelicula: "La mujer insecto" de Shohei Imamura.

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