Me marcho. ¿Me podría dar usted unos cuantos cartuchos Martini-Henry?” Pude y se los di, con la debida reserva. Tomó un puñado de tabaco. “Entre marinos, usted sabe, buen tabaco inglés.” En la parte de la timonera se volvió hacia mí. “Diga, ¿no tiene por casualidad un par de zapatos que le sobre? ¡Mire!” Levantó un pie. Las suelas estaban atadas con cordones anudados en forma de sandalias, debajo de los pies desnudos. Saqué un viejo par que él miró con admiración antes de meterlo bajo el brazo izquierdo. Uno de sus bolsillos (de un rojo brillante) estaba lleno de cartuchos, del otro (azul marino) asomaba el libro de Towson. Parecía considerarse excelentemente bien equipado para un nuevo encuentro con la selva.
(Joseph Conrad, El corazon de las tinieblas)
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