El pasillo enormemente largo parecia no tener fin, además se escucha un nítido sonido de piano que procede de aquel banho de azulejos antiguos en aquella nave deshabitada. Las sorpresas luminosas y parlantes con dientes que se mueven sin parar, a diferentes alturas perpetuando la agitación visual.
Savia de eucalipto rojo que ha invadido con esas motas la superficie del suelo y se ha absorbido los nutrientes. Los colores del hormigón filtran la alteración del hierro de la armadura, son la combinación de pintadas con spray y una capa de humo negro que preserva el fondo dando un relieve como en capas que no incluyen el blanco ni el negro puro, pues éstos valores se encuentran diluidos. El blanco estaría indicando presencia de luz y el negro ausencia de luz. En este nuevo escenario apocalíptico el cristal es plástico y tiene una tasa de absorción con la longitud de onda de la luz incidente ambigua, lo que lleva a la aparición del color intermitente en los pigmentos que absorben inciertas longitudes de onda. Por tanto algunas ventanas emanan destellos epilépticos de nanotubos macarras. Color y contraste, algo latente, un nuevo elemento que se introduce en aquel espacio asolado por dentaduras fosforitas, el olor. Rodeando aquel reducto industrial deshabitado hay un cinturón de eucalipto rojo Eucalyptus camaldulensis que inunda con rafagas de un olor denso-húmedo. La rave de piano con luces flasheantes y el aroma a eucalipto, nubes discontinua de bosque mutante. Nuevas especies de tóxicos que acuden a la decadencia social, los estragos de la peste o a referentes figurativos como el personaje de Jeremías. Una llamada telefónica fue el primer aviso.
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