miércoles, 21 de mayo de 2014
La brevedad explosiva del instante
Como una tapia.
En tiempo de barbas, pilosidades sobaqueras y piernas peludas hasta el recoveco innombrable, conviene poner la oreja a remojar, antes de que ahí se produzca el atasco propio de la pelambrera del gnomo viejuno. Tras cientos de conferencias, incluso para champiñones, después de maratonianos esfuerzos para tratar de aumentar la “confusión reinante”, llega el momento de abandonar incluso la cantinela del “jazz-matarile” (derivado en meadas en lo alto del tejado museal) para tratar de escuchar el silencio diamantino. En esta temporalidad ya dio lecciones extremadas e incluso bufonescas John Cage y, sin caer en la pomposidad zen ni en martingalas de esa categoría, Domingo Sánchez Blanco retoma uno de sus pilares filosóficos (tatuados como mandan los cánones): Blanchot y su mirada de Orfeo, la búsqueda de aquellos residuos que van desde el Libro mallarmeano al “fracasa mejor” de Beckett. Se trata de amplificar los ruidos de los espectadores (esto me lo cuenta sin arabescos ni discursos mostrencos el agitador de turno) para adentrarse en lo desconocido o, mejor, en lo inaudito. Tal vez esto no sea otra cosa que una prefiguración de un “libro que vendrá”, en la estela de “Matarile” y “De matute”: “Como una tapia”. Todo tiene, de costumbre, que tener un tono siniestro (familiar y extraño, inhóspito sin concesiones) y por eso el protagonista no puede ser otro que un escarabajo, fácilmente emparentado con aquel pobre Gregor Samsa que no parecía capaz de dormir como una perfecta marmota. Ya la están peinando (cosa mala para los calvos que no somos pocos) y parece que con parsimonia. Lo de “brevedad” puede ser una jodida recoña. Nadie sabe lo que puede un cuerpo ni cuanto puede durar una auscultación de este tipo. Porque, sin ningún género de dudas, lo que esta conferencia bizarra plantea es la posibilidad de un discurso “auscultador” más que cultural o cultivado. Ausculta, como ha recordado Georges Didi-Huberman, es, ante todo, escuchar el cuerpo de otro: “La medicina moderna ya no tiene, que duda cabe, los pudores de la auscultatio medieval. Pero auscultar significa tocar con tacto, mirar escuchando, palpar sin atropellar, sin desgarrar, sin invadir el íntimo dolor del otro”. Algo intangible (un murmullo, un carraspeo, un jadeo), indecente (un eructo o un pedo), inesperado (un pensamiento lúcido), indignado (un exabrupto, un blasfemia, un insulto de tomo y lomo), indisciplinado (una conferencia sin ton ni son, al pairo de las convenciones académicas), surgirá, no lo dudo, en este acto “explosivo” e “instantáneo”. No me lo pierdo, aunque esté, por cuestiones de digitación, de tacto y delicadeza, a cientos de kilómetros. El fulgor de lo diamantino (como el de un anillo “solitario” en la mano de un desertor de la filosofía) llega hasta los rincones más sórdidos, allí donde hasta los sordos escuchan palabras rebotando, como en el eco de una tapia.
Fernando Castro Flórez.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario